Las horas de espera en el aeropuerto de Casablanca me han servido para reflexionar sobre lo vivido en Lamin los últimos doce días.
Supongo que es fácil ser generoso cuando se tiene todo y estar alegre sintiéndose amparado por una vivienda con luz y agua, un sistema sanitario que cubra tus problemas de salud y una educación adecuada que llegue a todos los hogares.
En Gambia, todo esto que parece básico, resulta inalcanzable en muchos de los casos y sin embargo, no pierden la sonrisa.
Durante estos días he conocido personas maravillosas como Ibu, Omar, Mauro… siempre dispuestos a todos nuestros planes, procurando nuestro bienestar y seguridad (esto último sobre todo en el coche de Mauro…jj), personas tremendamente hospitalarias que nos invitaban a entrar en sus casas, conocer a sus familias y comer con ellos (gracias Nebu por esa barracuda tan exquisita), niños que te regalaban pulseras hechas por ellos y mangos recién cogidos del árbol que nos encantaba desayunar (agradecimiento a los cortadores de mango matutinos).
Doce días vividos, muy intensos, donde formar parte del equipo del dispensario del colegio ha sido todo un regalo. Mano a mano con mi compañera y ya considerada amiga Celia hemos ayudado a niños y a adultos que iban acudiendo por diversos motivos. El reflejo en sus caras al salir era de absoluto agradecimiento.
Como enfermera ha sido realmente gratificante.
Me he sentido como en casa desde el primer momento, tanto por los voluntarios con los que he tenido la enorme suerte de coincidir (aunque el salto de la silla final podía haberse ahorrado…jj), como por la gente de Lamin y solo puedo decir un mayúsculo y sincero GRACIAS.
Marta González
Gracias Marta por esa gran labor y predisposición en el Dispensario.